Es hora de permitir que se activen todos nuestros potenciales y capacidades como Seres Humanos.
Es hora de evolucionar hacia una percepción más amplia de ti mismo y del Universo.
Es hora de Re‐conectarte con tu Ser interno y multidimensional.
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Alejandra

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miércoles, 25 de julio de 2012

Relato de Eric sobre su experiencia de Reconexion!!!

Acababa de terminar con una relación de seis años que realmente había
esperado que durara para el resto de mis días. De algún modo andaba a
tropezones los días siguientes a la ruptura, prácticamente incapaz de poner un
pie delante del otro. La única cosa más difícil que despertarme todas las
mañanas para ir al consultorio era mantenerme despierto para los pacientes.
Como si no fuese suficiente lo que sucedía en mi vida privada, ocurrió que al
mismo tiempo estaba en proceso de contratar a un personal totalmente nuevo.
Una mujer extremadamente competente que había estado dirigiendo mi oficina
se trasladó a otra parte del estado para estar con su novio. La fecha de ese
cambio coincidía con la salida de otros dos de mutuo acuerdo. Pronto estaba
empezando de nuevo. Contraté a dos personas para reemplazar a la gerente
que se iba: una para tratar cosas en la sombra, tales como la facturación del
seguro, los informes médicos, y la correspondencia; la otra para llevar la
relación con los pacientes y el flujo del consultorio. Este puesto se llamaba
recepcionista.
Como en una función de Broadway (o, en este caso, una telenovela), el trabajo
tenía que continuar, así que empecé a entrevistar a gente para el puesto de
recepcionista. Siempre me había gustado la «personalidad» en un recepcionista,
ya que una personalidad sociable en la recepción crea un lazo con los pacientes,
y una personalidad fuerte me mantiene lejos del aburrimiento.
Nunca se me había dado especialmente bien contratar a gente, así que un amigo
mío que hacía ese tipo de cosas de manera profesional vino para ayudarme con
las entrevistas. Una o dos personas más también nos ayudaron con el proceso
de selección. Cuando empezamos a recibir a los solicitantes, una mujer destacó
en mi mente, y en la de todos los demás. Lo creas o no, se parecía, sonaba y se
comportaba de la misma manera que el personaje de Fran Drescher, de la serie
de televisión La Nanny: alta, morena y atractiva, tenía una actitud inteligente;
un acento de Nueva York, estridente y nasal; y una voz que podía destrozar
diamantes. Era una ex aspirante a actriz (si tal cosa existe).
Todos dijeron: «No la contrates. No contrates a esa mujer». Pero tenía que
hacerlo. Por un lado, algo en sus ojos me recordaba a Bubba. Por otro, no podía
creer que tal persona pudiera existir realmente. Intenté una última vez
convencerme de no contratarla y escuchar las voces de los expertos que habían
venido a ayudarme a seleccionar un personal competente para mi consultorio,
pero estaba fascinado por ella. No había manera de razonar el tema con lógica.
Se convirtió en una verdadera relación de amor/odio. Yo la quería. Los
pacientes la odiaban.
Un día me dijo que, con todo el estrés al que estaba sometido, me vendría bien
un día en la playa. Lo que realmente representaba eso era que ella quería ir a la
playa y no quería gastar su propio dinero en gasolina, pero qué más daba.
Aquel sábado, nos fuimos a Venice Beach. Pasamos parte del tiempo
relajándonos en la arena, después se fue. Cuando volvió, dijo: «Hay una mujer
leyendo las cartas. Te vendría bien que te las echara».
No tenía nada en contra de que me leyeran las cartas, pero realmente prefería ir
a alguien con una recomendación mejor.
«No quiero que me lea las cartas alguien que está en la playa», respondí.
Si fuera tan estupenda, la gente iría a verla, pensé para mí. No estaría
arrastrando una mesa de cartas, un tapete, sillas y otros trastos a la acera de una
playa abarrotada intentando que la gente se siente para que le hagan una
interpretación de las cartas.
Pero mi recepcionista insistió e insistió igual que la «Nanny». Algo en sus ojos
me decía que protestar más sería inútil.
Al final confesó que había conocido a esa mujer en una fiesta y que le había
dicho que estaríamos en la playa ese día. «Me sentiría muy avergonzada si no
fueras a leértelas», sollozó, arrugando la frente. «Porfa...»
Rindiéndome, seguí a la «Nanny» por la arena caliente de la playa para ver a
esa mujer. Allí estaba sentada detrás de una mesa con sus cartas extendidas
como lo suelen hacer las gitanas. Después de ser presentado, dijo: «Bubbelah,
tenemos tiradas de 10 dólares y tiradas de 20 dólares».
¡Bubbelah! ¿Realmente existía algo así como una gitana judía?
Había ido a la playa con sólo 20 dólares en mi bolsillo. Pensando en lo
hambriento que estaba, dije:
«Elegiré la lectura de 10 dólares».
A cambio de mi dinero, recibí una interpretación en vivo muy bonita aunque no
realmente memorable. Cuando se acabó, casi como una ocurrencia tardía, la
mujer dijo: «Hay un trabajo muy especial que hago. Reconecto los meridianos
de tu cuerpo con las líneas de la cuadrícula energética del planeta, las cuales
nos conectan con las estrellas y los demás planetas». Me dijo que como sanador,
era algo que necesitaba. También me dijo que podía leer acerca de eso en un
libro llamado The Book of Knowledge: The Keys of Enoch, de J. J. Hurtak.
Parecía muy interesante, así que formulé la pregunta: «¿Cuánto?». Ella dijo:
«333 dólares». Yo dije: «No, gracias».
Esto es esa clase de cosas sobre las que uno está prevenido por las noticias de la
noche. Puedo escuchar el titular ahora: «Gitana judía de Venice Beach tima 333
dólares a un ingenuo quiropráctico...». Mi fotografía con la palabra «Imbécil» al
pie, luce al otro lado de la pantalla: «... convence al médico de que le pague 150
dólares al mes para encender velas para su protección...
Más detalles a las 11:00». Me sentía humillado por haberlo considerado
siquiera. Así que, mi recepcionista y yo nos fuimos y nos las ingeniamos para
conseguir un almuerzo para dos por 10 dólares.
Estarás pensando que la cosa acabaría ahí, pero la mente trabaja de forma
misteriosa. No podía sacar de mi cabeza las palabras de la mujer. Me vi
aprovechando los últimos minutos de un descanso para almorzar para ir a la
librería Bodhi Tree que está cerca de mi consultorio, para intentar leer
rápidamente el capítulo 3.1.7 de The Book of Knowledge: The Keys of Enoch.
(Este era el que me recomendaron aquel día en la playa.)
Sin embargo, la lección más grande de aquel día fue que, si existía un libro que
no podía leerse rápidamente, era éste. Pero había leído lo suficiente. Esto me iba
a obsesionar hasta que me rindiera. Rompí mi cerdito y llamé a la mujer.
El trabajo estaba listo para realizarse dos días después, en dos sesiones. El
primer día, le di mi dinero, me tendí sobre su camilla y escuché a mi mente
parlotear mientras ella bajaba las luces y ponía música de campanillas de la
Nueva Era. Ésta es la cosa más tonta que he hecho jamás, pensé para mis
adentros. No puedo creer que yo haya pagado tal cantidad de dinero a una
perfecta desconocida para que dibujara líneas en mi cuerpo con las puntas de
sus dedos.
Cuando estaba tendido allí pensando en todos los buenos usos en los que podía
haber invertido este dinero, me vino una repentina oleada de percepción, y me
escuché pensar: Bien, ya le has dado el dinero. También puedes cortar el
parloteo negativo y estar abierto a recibir lo que sea que haya que recibir. Así
que me quedé tendido allí silenciosamente, listo y abierto. Cuando se terminó,
mi mente anunció que no había experimentado nada. Absolutamente nada. Sin
embargo, yo era el único de la habitación que parecía saberlo. La mujer me hizo
sentarme como si la tierra se hubiese movido, diciéndome que me sujetara a ella
mientras me paseaba por su sala.
«Conecta con la tierra», me dijo. «Vuelve a tu cuerpo.» Y entonces escuché decir
a esa vocecita inquieta dentro de mi cabeza: Señora, no sé lo que usted creía que
iba a pasar, pero yo me lo he perdido.
Había pagado ambas sesiones así que decidí que debía volver también el
domingo para la segunda parte. Sin embargo, esa noche ocurrió la cosa más
extraña. Una hora después de que me hubiera ido a dormir, la lámpara que está
cerca de mi cama -la que tenía desde hacía diez años- se encendió, y desperté
con la sensación muy real de que había personas en mi casa. Así que me levanté
valientemente -con un cuchillo de trinchar, una lata de spray de pimienta, y mi
Doberman Pinscher- y registré la casa. Pero no encontré a nadie. Volví a la cama
con la asombrosa sensación de que no estaba solo, que estaba siendo observado.
Mi próxima sesión comenzó casi como la primera. Sin embargo, en seguida se
hizo evidente que iba a ser algo más. Mis piernas no dejaban de moverse.
Tenían el «síndrome de la pierna inquieta» que le da a algunas personas muy
de vez en cuando en medio de la noche. Pronto esa sensación se apoderó del
resto de mi cuerpo, intercalada con escalofríos casi insoportables. Era todo lo
que podía hacer para estar tendido todavía sobre la camilla. A pesar de que
quería saltar arriba y abajo y sacar esta sensación de cada célula de mi cuerpo,
no me atreví a moverme. ¿Por qué? Porque había pagado a la mujer más dinero
del que yo gastaba en comestibles para una semana, y pensaba sacar el máximo
provecho a cada centavo invertido en la experiencia: ése es el porqué.
La sesión por fin terminó. Era un día de agosto agobiantemente caluroso, y
estábamos en un apartamento sin aire acondicionado. Todavía estaba helado,
casi congelado, y con mis dientes castañeteando cuando esta mujer corrió a
envolverme en una manta, donde me quedé durante unos buenos cinco
minutos hasta que mi temperatura corporal regresó a la normalidad.
Ahora estaba diferente. No sé lo que ocurrió, ni podría posiblemente explicarlo,
pero yo ya no era la misma persona que cuatro días atrás. Llegué de algún
modo a mi automóvil, que parecía saber el camino a casa por sí mismo.
No recuerdo nada del resto de ese día. No podría decir con certeza si el resto
del día tuvo lugar siquiera. Todo lo que sé es que a la mañana siguiente me
encontraba en el trabajo.
Mi odisea había comenzado......

Extraido del libro "La Reconexion, sana a otros,sanate a ti mismo ". Dr ERic Pearl

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